lunes, 10 de julio de 2017

La informalidad se despista otra vez en el cerro San Cristóbal



El domingo 9 de julio de 2017, minutos antes de las 6 de la tarde, un ómnibus panorámico de la empresa Green Bus, en cuya parte superior sin techo viajaban turistas peruanos y chilenos, se despistó en la ruta hacia el mirador del cerro San Cristóbal en el distrito del Rímac.
El accidente de tránsito causó la muerte de nueve personas y dejó más de cincuenta heridos, entre estos un bebé de once meses. Todos fueron auxiliados por los infaltables bomberos y por el personal de rescate del Ministerio de Salud.
Esta noticia abruma y sobrecoge; sin embargo, también me indigna e incomoda, pues redunda en lo siguiente:

  • La descarada informalidad de lo que debe ser fiscalizado
  • La falta de criterio para pensar sin egoísmo, con empatía y de modo consecuente
  • La alarmante ineficacia de las autoridades, alcaldes, regidores, quienes atentan contra la vida humana
  • Ninguna autoridad municipal asume una autocrítica, ni la empresa de turismo. Todos evaden su responsabilidad
  • La corrupción y ambición económica de quienes depende la entrega de licencias de funcionamiento o de circulación de vehículos de transporte público o turístico
  • La absoluta irresponsabilidad de las empresas que contratan choferes con papeletas graves en su historial de manejo
  • La codicia de quienes lucran con el turismo, y por diez soles (tarifa de Green bus) exponen a las personas a competencias de velocidad entre los vehículos; esto con el fin de aprovechar la mayor cantidad de viajes
  • La increíble miseria humana de quienes durante esta y otras tragedias se dedican a llevarse las pertenencias y objetos de valor de los cuerpos moribundos, inconscientes o fallecidos
  • El sensacionalismo de la prensa que exagera y se expresa con un insensible morbo
  • En Perú no se previene antes de lamentar. En este país, lamentamos y después ni prevenimos. No se aprende de los errores:
                                                        Año 1991, 1998, 2001, 2006, 2007, 2010, 2017: Incendios en Mesa Redonda y en el centro de Lima. Solo en el 2001, en Mesa Redonda, fallecieron 300 personas.
2017 (junio): Incendio de la Galería Nicolini reveló la explotación laboral que soportaban jóvenes pobres a manos de adultos a quienes no les importó la vida humana, pues prevaleció su egoísta codicia y su ambición económica. Esto les anuló el sentido común y mantuvieron encerrados con candado en un contenedor de metal a los dos jóvenes, quienes murieron clamando auxilio.
Año 2009: Se despistó una combi en el cerro San Cristóbal y murió una persona. Tras ello, no se fiscalizó ni se adoptaron medidas preventivas ni de seguridad.

Todos los antivalores antes descritos están personificados por peruanos que conviven entre nosotros y mientras la informalidad cunda, las tragedias no cesarán, porque como ya se ha dicho antes: El peor enemigo de un peruano es otro peruano.

¡¿Cuándo nos civilizaremos?!

Más edificios, nuevas plazas públicas y más cemento por doquier no son símbolos de progreso actitudinal. Los peruanos necesitamos un cambio urgente: repensar en cómo estamos actuando y con qué criterio realizamos nuestros actos es impostergable, y mientras más nos demoremos, más nos hundiremos en el abismo de las desgracias.

Muchos peruanos tienen la conciencia tan sucia como el estado en el que queda la ciudad cada noche  con las toneladas de basura arrojadas por otros peruanos en las calles. Esto en pleno siglo XXI. Y lo peor es que millones de limeños ni siquiera son conscientes de que está mal.

El subdesarrollo o la denominación “en vías de desarrollo” no se refiere a lo económico, sino al criterio con el cual actuamos. Somos un país cuya población tiene muchísimo por corregir.  

Todos debemos sentir un grado de culpa por lo ocurrido en el trayecto al cerro San Cristóbal, tanto el que se indigna como el que se queda callado, porque no solo basta decirlo hay que actuar. Empecemos con no elegir a deshonestas autoridades con denuncias por corrupción y que por nosotros vuelven a ocupar cargos de modo inmerecido.

                                                                                              Escrito por José Orlando Abanto Quevedo

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